Todos los días me asomo a las calles de Madrid, desafiando a la suerte, con la pretensión de que mis ojos vuelvan a cruzarse con los tuyos. Salgo a mi balcón solitario para espiar los pasos que transitan haciendo ruido, muriendo de ganas por adivinártelos y salir corriendo a tu encuentro.
Sigo fantaseando con tu sabor, cuando tu lengua tocaba la mía y daba un salto que me subía al cielo, donde nos tomábamos un dulce algodón de azúcar encima de una nube, nuestra nube. Ahora ya solo existes aquí dentro, en mi bulbo raquídeo, que sigue conectado y erizando mi medula espinal cuando cada letra de tu nombre sale por mi maldita boca.
No me importa morir y volver a vivir instantáneamente, porque seguiré disfrutando de esas imágenes tatuadas en mi cuerpo, disfrutando de ese maravilloso proceso utópico de volver a degustarte.
G.